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    Os adjunto Evangelio y comentario del próximo domungo 10/10.

    Lectura del santo evangelio según san Lucas 17,11-19

    Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:

    – Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.

    Al verlos, les dijo:

    – Id a presentaros a los sacerdotes.

    Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.

    Éste era un samaritano.

    Jesús tomó la palabra y dijo:

    – ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?

    Y le dijo:

    – Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

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    Para ser humanos

    No siempre somos conscientes, pero vivimos cautivos de una red invisible de barreras y prejuicios tan profundamente interiorizados e institucionalizados que forman parte de nuestro ser. Nos creemos libres, pero ellos nos dictan a quién amar y a quién rechazar, con quién andar y a quién evitar.

    Cada uno habita en un «territorio» bien delimitado. Pertenece a una raza, es de un color y un sexo, tiene una patria, practica una religión. Y es tal nuestra necesidad de seguridad que es difícil no considerar al otro como inferior. Nos parece lo más natural: mi raza es superior a otras, mi patria más noble, mi religión más digna que otras creencias.

    El sentido de pertenencia es necesario para crecer como personas, pero puede aprisionarnos dentro de unos muros de ignorancia mutua, rechazo, exclusión e insolidaridad. Se nos puede olvidar que, para ser humanos, no basta ser leal al propio grupo y hostil al diferente. Hace falta algo más.

    Ningún investigador lo pone en duda. Jesús puso en marcha un «movimiento de compasión» que tenía como objetivo introducir en la sociedad un «amor no excluyente», una corriente de comunicación y solidaridad que, eliminando barreras y prejuicios, tuviera en cuenta el sufrimiento de los más excluidos.

    La compasión es lo primero para ser humanos. No necesita otra justificación. No hace falta fundamentarla en religión alguna. Viene exigida por quienes tienen la máxima autoridad sobre nosotros: «la autoridad de los que sufren».

    Según el relato de Lucas, un grupo de leprosos, excluidos social y religiosamente, se detienen a distancia y «desde lejos» le piden a gritos lo que no encuentran en la sociedad: «Ten compasión de nosotros». La reacción de Jesús es inmediata. Hay que acogerlos: nada ha de ser obstáculo para atender a los que sufren.

    Son muchos los que sufren hoy en el mundo. Su grito nos llega «desde lejos», desde otras razas y otros pueblos que no son los nuestros. Podemos encerrarnos en nuestras fronteras, pero si no escuchamos su grito, nuestro corazón no es cristiano.

    RECUPERAR LA GRATITUD

    Se volvió alabando a Dios Lc 17, 11-19

    Se ha dicho que la gratitud está desapareciendo del «paisaje afectivo» de la vida moderna. José Antonio Marina, autor de libros tan interesantes como «Ética para náufragos», recordaba recientemente que el paso de Nietzsche, Freud y Marx nos ha dejado empantanados en una «cultura de la sospecha» que hace difícil el agradecimiento.

    Se desconfía del gesto realizado por pura generosidad. Según el profesor, «se ha hecho dogma de fe que nadie da nada gratis y que toda intención aparentemente buena oculta una impostura». Es fácil entonces considerar la gratitud como «un sentimiento de bobos, de equivocados o de esclavos».

    No sé si esta actitud está tan generalizada. Pero sí es cierto que en nuestra «civilización mercantilista», cada vez hay menos lugar para lo gratuito. Todo se intercambia, se presta, se debe o se exige. Naturalmente en este clima social la gratitud se hace innecesaria.

    Cada uno tiene lo que se merece, lo que se ha ganado con su propio esfuerzo. A nadie se le regala nada.

    Algo semejante puede suceder en la relación con Dios si la religión se convierte en una especie de contrato con la Divinidad: «Yo te ofrezco oraciones y sacrificios y Tú me aseguras protección. Yo cumplo lo estipulado y Tú me recompensas.» Desaparece así de la experiencia religiosa el sentimiento más genuino que es la alabanza y la acción de gracias a Dios, fuente y origen de todo bien.

    Para muchos creyentes, recuperar la gratitud puede ser el primer paso para sanar su relación con Dios. Esta alabanza agradecida no consiste primariamente en tributarle elogios ni en enumerar los dones recibidos. Lo primero es captar la grandeza de Dios y su bondad insondable. Intuir que sólo se puede vivir ante El dando gracias. Esta gratitud radical a Dios desencadena en la persona una forma nueva de mirarse a sí misma, un modo nuevo de relacionarse con las cosas y una actitud diferente ante las personas.

    El hombre agradecido sabe que no es el origen de sí mismo; su existencia entera es don de Dios. Las cosas que le rodean adquieren una profundidad antes ignorada; no están ahí sólo como objetos que sirven para satisfacer unas necesidades; son signos de la gracia y la bondad del Creador. Las personas que encuentra en su camino son también regalo y gracia; a través de ellas se le ofrece la presencia viva de Dios.

    De los diez leprosos curados por Jesús, sólo uno vuelve «glorificando a Dios» y sólo él escucha las palabras de Jesús: «Tu fe te ha salvado.» El reconocimiento gozoso y la alabanza a Dios siempre son fuente de salvación-

    Espero que os ayude.

    Fraternalmente.-

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