Inicio Foros Formación cofrade Yo también soy Iglesia ¿SABÍAS QUE…? Derechos y deberes de los cristianos

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    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]CAMISA DE ONCE VARAS [/align]

    [align=justify]No hace mucho tiempo, cierta persona me hacía una consulta sobre el matrimonio entre católicos y musulmanes: si la Iglesia lo contempla, qué cautelas toma, en qué condiciones lo permite, etc. Ayer mismo, tras la ponencia impartida por una psicóloga clínica que versaba sobre la adolescencia, escuchaba cómo una madre preguntaba: “La normalidad con que muchos inmigrantes viven el matrimonio entre niñas adolescentes y hombres adultos o la precocidad en el inicio en las relaciones sexuales, ¿condiciona la percepción y las decisiones que toman nuestros hijos adolescentes en materia afectivo-sexual?”.

    Nuestra sociedad está cambiando, y el impacto que tiene en ella la inmigración masiva procedente de países más pobres, no es un factor irrelevante en este cambio.

    Los políticamente correctos hablan de “multiculturalidad”. Habría que darles la razón si utilizaran el término queriendo resaltar el aspecto más positivo que entraña la globalización y la apertura de fronteras, o cuando defienden la pluralidad en igualdad de condiciones. Pero habría que llamarles hipócritas, con todas las letras, si lo que hacen en realidad es escurrir el bulto para no verse comprometidos con nadie en un tema candente.

    Yo estoy convencida de los beneficios que entraña la pluralidad. También reconozco las dificultades que lleva consigo, especialmente si no somos capaces de vivirla en el contexto de un diálogo sin prejuicios, abierto a la verdad, a la justicia y al amor. No es fácil sobrellevar las diferencias. Por ello me molesta que bajo el lema de “haya paz para todos” se ignoren estas dificultades, de hecho, ignorarlas es de necios.

    Toda familia tiene derecho a cambiar de residencia – incluso cruzando un continente –, si con ello asegura la integridad física, el alimento y la educación de alguno de sus miembros. Pero las familias del lugar de destino también tienen derecho a elegir si desean continuar con su estilo de vida, o si desean modificarlo en virtud de las nuevas circunstancias personales. El aglutinamiento de sectores de población inmigrante en determinadas zonas no ayuda a lo segundo, pues, sin comerlo ni beberlo, uno puede encontrarse siendo el único padre español que, de camino a casa, tras recoger a sus hijas en el colegio, cruza un concurridísimo paso de cebra rodeado por una marea de mujeres portadoras del chador o del hiyab: las madres de los compañeros de sus hijas.

    Aprovecho la coyuntura para decir que éste no es un problema de la escuela (pública o privada), es un problema de integración con ramificaciones sociales y políticas.

    Quizás ese padre mantenga a sus hijas en ese colegio por elección personal, bien discernida, pero, ¿y si no fuera así? ¿Qué opciones tendría? Esta circunstancia plantea muchas preguntas urgentes en tanto que afectan a lo cotidiano y no se pueden eludir mucho tiempo. Los medios de comunicación formulan algunas: ¿Cómo afecta a la formación académica y a la educación cultural de las niñas el que la mayoría de sus compañeros y amigos sean extranjeros? ¿La dirección del centro hace hasta lo imposible por explicar nuestra cultura a los niños emigrantes, o cede a la colonización cultural extranjera? Los padres cristianos se hacen, además, estas otras: ¿Mis hijas tienen más posibilidades de acabar casadas con un musulmán? Si esto sucediera ¿cómo sería su boda? ¿Tendrán que renunciar a su fe católica? ¿Cómo serían educados mis nietos? ¿En qué manera condicionará esta circunstancia la elección que hagamos de una u otra la línea educativa fuera del ámbito escolar?

    Esta realidad merece consideración aparte, aunque suponga meterse en camisa de once varas. En sucesivos escritos quiero informales de lo que la Iglesia pide, da y aconseja en materia de matrimonios mixtos o con disparidad de culto, una circunstancia personal cada vez más común.

    Hoy, me despido citando un artículo tomado del Código de Derecho Canónico: “Es inválido el matrimonio entre dos personas, una de las cuales fue bautizada en la Iglesia católica o recibida en su seno y otra no bautizada” (c. 1086&1).[/align]

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